martes, 4 de octubre de 2011

Mesa #07. Viernes 02/04/2008 17:43

─¿Qué vas a tomar?
─Nada.
─¿En serio no quieres merendar nada? Pues yo tengo hambre.
─No, gracias. Yo ya comeré algo más tarde, cuando llegue a casa. 
─Como quieras. Pues lo que te decía: yo siempre pago con tarjeta...
─Huy, quita. ¡Endeudarse! Tú ya sabes que si no puedo comprarme nada no lo hago. Prefiero ahorrar y cuando tenga suficiente pagarlo al contado. Fíjate, mi piso lo compré así. Empecé a ahorrar desde los nueve años. Mi madre me lo inculcó. Siempre ha sido una mujer muy lista para esto del los ahorros. Siempre pensando en el futuro. Ya sé que me privé de muchas cosas. Al principio los caramelos, luego libros, peluquería, cine, bailes con las amigas, ropa, comidas, cenas, excursiones, viajes... Pero a cambio aprendí a coser con mi abuela y sus amigas, a escucharlas hablar de cosas de su infancia y la vida en el pueblo. También hacía mucho ejercicio. Venía cada noche a casa de mi madre andando desde el trabajo para no derrochar dinero en el autobús. No veas lo bien que me venía para las piernas. Al final, veinte años después, me compré el piso. Bueno, no el que deseaba porque con la especulación había subido demasiado, pero sí uno que encajase con mi presupuesto; encima me sobró para un catre, un par de armarios, los muebles de la cocina y el comedor. Aún los tengo, 20 años tienen y casi como nuevos.
─Demasiado sacrificio.
─Pero no le debo nada a nadie. Y puedo dormir tranquila.
─Sola.
─¿Qué insinúas? ¡Oye, no me casé porque no quise! Vivir con un hombre para que encima te salga derrochón y tener más gastos; o que se te llene la casa de niños derrochones, de ésos que se encaprichen por un televisor o una consola de esas. ¡La de electricidad que deben de gastar esos trastos! O peor aún, que vengan un día a casa con un perrito o un gatito o un pajarito... ¡Con lo que gastan en comida y bebida esas bestias! Quita, quita. Tú no veas lo feliz que estoy sola con mi viejo transistor y mi estufita de butano.
─¿Y qué vas a hacer estas vacaciones?
─Como siempre. Me voy al pueblo.
─Nosotros nos vamos a París.
─¿París? ¿Y que se os ha perdido en París si en España hay cosas mucho más bonitas? Yo me bajo al pueblo, a la casa que heredé de la abuela, y sólo salgo para ir a la piscina, que es gratis, y para ir a comprar al mercadillo que está todo más barato que en el colmado.
─¿Y cómo bajas? ¿En tren?
─¿En tren? ¡Qué dices, esta carísimo! Bajo en autobús de línea, que ya me cuesta una riñonada; me suele dejar en la entrada de la capital y luego camino poco a poco hasta llegar a mi pueblo. Son sólo veinticinco kilómetros.
─¡Pero debes de acabar agotada si ya de por sí son nueve horas sentada en el bus!
─Por eso ando. yate he dicho lo bien que le sienta la caminata a mis piernas. Pero no te creas, a veces algún vecino me ve por la carretera y me recoge.
─¿Quieres un poco de mi bocadillo? Está buenísimo.
─Huy no, jamón, ya sabes que soy vegetariana. Además, desde que me deshice de todas mis plantas y me monté mi propio huerto en el patio no sabes lo sano y lo barato que como.
─Pues yo te veo muy pálida y delgada.
─Es que no me maquillo como tú, que pareces una pastelería. Además, esas cremas que compras son todas muy caras y no hacen nada salvo sacarte los cuartos. No hay nada mejor que el agua del grifo y un poco de jabón. Por cierto, hablando de agua y jabón. ¿Sabes que el agua de la ducha va muy bien para guardarla y arrojarla al escusado cuando has terminado de hacer tus cosas? Mi madre lo hacía en casa porque nos decía que había mucha sequía y no había que derrochar ni una gota. Pues razón tenía y la de dinero que ahorras con la factura del agua.
─Por cierto, ¿cómo esta tu madre?
─Muy mal la pobre. Creo que de este invierno no pasa. Ya no sale de su habitación, ni para ir al baño. ¡Se ha emperrado en que le pongan pañales! ¡Con lo caros que son y lo que contaminan!
─¿Y por qué no la ingresas en una residencia?
─¿Estas loca? Son carísimas y, total, para lo que le queda a la pobre... Así no me extraña que me veas tan delgada. Si cada noche voy a verla, la levanto, la llevo al baño, le doy la cena, oímos un poco la radio y luego me bajo a mi casa a cenar y prepararme para ir al día siguiente al telar.
─Podrías pillar una chica para que la cuidase, o solicitarla.
─Ni hablar, son todas unas ladronas y unas derrochonas. Estas que vienen de fuera son las peores. Engatusan a las viejas con sus voces melosas y les sacan todo. ¡Hasta los pisos! Con lo que le costó a mi madre echar adelante su casa para que luego venga una india y se la robe. Esa casa es suya y luego me la quedaré yo, como la de mi abuela, que para eso soy la heredera universal. 
─Además de las tiendas de tus tíos y los terrenos de tu abuelo paterno. ¡Menuda suerte la tuya, chica!
─¡Y no te puedes imaginar lo feliz que soy!

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