—Hola, ¿qué? Ya estoy aquí. ¿No querías verme?
—Siéntate y no grites. No tengo ganas de bronca. ¿Quieres tomar algo?
—Nada. ¿Cómo dices? ¿Que me calle? ¿Ahora te preocupas de si me callo, de si grito o de si me caigo a un pozo de mierda? ¿Desde cuándo te importa a ti nada de lo que me pase?
—¡La cuenta, por favor! Baja la voz. Eso no es así, pero da igual. Contigo no se puede razonar, hace ya tiempo que lo aprendí. Solo te he llamado para que me firmes el traspaso de cuentas y terminar de una vez con todo esto. Quédate con la parte que te apetezca. Pon una cifra. Yo con tal de no verte más tengo suficiente para ser feliz.
—¡Serás cabrón! Toda una vida luchando por esto, luchando por ti, por nuestro hogar, por nuestro proyecto... ¿Y qué coño he recibido a cambio? ¿Eh? ¿Eh? ¡Contéstame! ¡No he recibido una puñetera leche! Asco, odio, cuernos y sudor con sabor a rancio. ¿Quién me va a devolver el tiempo perdido? ¿Quién me va a compensar todo el sufrimiento derramado con cada empujón, con cada mano abierta? ¡Eres un animal, un hijo de puta egoísta que no piensa más que en tener los huevos a remojo cuando le apetece!
—Bueno, vale, lo que tú digas. Ese es tu punto de vista. Haz el puto favor de firmar ya y decirme una cifra para que pueda hablar con mi abogado y solucionar esto. Solo quiero perderte de vista cuanto antes. No tengo ni por qué charlar contigo. Firma y cállate la boca. Y sí, antes de que montes el numerito histérico ya te digo que tengo a Virginia fuera esperando con el coche, así que ahórrate seguir mirando por la ventana.
—Toma tu puto papel y tu cifra de dinero. Solo te importan estas cosas... Dinero... Todo lo arreglas con dinero. Gracias a él tienes a la muy puta de Virginia allí fuera... Cabrón... Cabrón...
—Me voy, gracias. Shhh... Gracias al dinero y a que la chupa mil veces mejor que tú, cariño. Que seas feliz... si puedes.
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