lunes, 28 de noviembre de 2011

Mesa #10. Lunes 08/04/2010 20:33

─¿Crees en las maldiciones?
─No.
─Pues yo sí; es más, mientras esperamos a que nos sirvan lo que nos hemos pedido te voy a contar una historia en la que yo, sin desearlo, formo parte de una. Verás, sé más o menos con certeza que mi familia esta maldita...
─Pero...
─No, no trates de interrumpirme, déjame que te cuente, así, de un tirón. A ver... Cómo empiezo... Ah sí, todo comenzó hace casi veinte años; mi madre se peleó con una de sus cuñadas. La mujer de mi tío era una persona de un carácter fuerte, soberbia, de temperamento tosco y fama de bruja que hacía que nadie o casi nadie le pudiera plantar cara. Pues bien, cuando murió mi abuelo, mi tía se emperró en quedarse con gran parte de los enseres de la casa. En su mayoría eran muebles antiguos, algunos de cierto valor económico. Mi madre se opuso radicalmente a ello. No porque le interesasen, sino porque dichos muebles eran un préstamo de una hermana de mi abuelo y mi madre, haciendo caso a las últimas voluntades del mismo, se emperró en que su primo, que era el legítimo propietario a dichos muebles, tuviera la potestad de elegir qué haría realmente con ellos. Por supuesto los muebles se los llevó. Es más, no veía por qué una pariente de la rama política los reclamaba como suyos.
─Eso también lo he pensado yo...
─Pues bien, como te imaginas, la pugna acabó en una gran discusión y la discusión en pelea. En un pis pas la familia, como si fuese un torreón acosado por un poderoso ejército, se vino abajo, en menos de lo que canta un gallo. Huy, mira ya han llegado los bocadillos.
─No importa, sigue contando...
─Bien, pasaron dos años en los que nadie se atrevía a dar el paso y volver a dirigirse la palabra. Bueno, más que atreverse, en mi opinión creo que no les daba la puta gana. Por otro lado había mucha manipulación, mucho veneno vertido por parte de la mujer de mi tío, odio e ira acumulada... mala combinación.
─Explosiva, diría yo.
─Todo el mundo, en el que incluyo, y el resto de primos y tíos, parecía ajeno a cualquier intento de apaciguar las aguas. Era como si les diese por lamerse las heridas. Pero aun así algunos miembros llegaron a crear extrañas alianzas entre ellos, potenciando las malas vibraciones. En cualquier caso, la peor parada fue mi madre. Ella se quedó sola. Incluso su primo, al que tanto había apoyado y defendido, también acabó por darle la espalda.
─Vaya...
─Mi madre siempre había sido una mujer muy valiente y aguantó carros y carretas, muy en especial en una etapa en la que lo pasamos muy mal en lo que respecta al tema económico. No sé, yo creo que ahí fue donde empezó todo. Me refiero a que aquél fue el primer paso para que se pusiera en camino la maldición que nos asoló después.
─¿Y por qué estás tan seguro de eso?
─Déjame que te lo cuente. Después de la pelea familiar todo nos empezó a ir mal. Mi padre tuvo una mala racha laboral y no fue echado de su trabajo, sino invitado a hacerlo. Al negarse fue puteado por sus compañeros en un clima enrarecido que se había creado dentro de la empresa. Todo el mundo estaba contra él. Lo humillaban y lo despreciaban, era como si fuese la diana en una competición de dardos salvaje y multitudinaria. Un año después mi padre, debido al estrés, sufrió un infarto. No fue en el corazón sino en los intestinos; trombosis mesentérica se llamaba su mal. Casi se nos muere; bueno, en realidad se murió, en dos ocasiones, sobre la mesa del quirófano mientras le operaban de extrema urgencia. Recuerdo muy bien ese día. Era uno de esos días a los que yo llamo lúcidos, de ésos que están marcados a fuego en el calendario de tu vida. Es ese tipo de día en el que te das cuenta de que tu vida se encuentra justo frente a un cruce de caminos y que no eres tú el que decide adónde vas, entre otras cosas porque ya no sabes adónde vas, aunque en el fondo te gustaría llegar sano y salvo a tu destino, sea cual sea.
─Creo que a mí eso me ha sucedido en un par de ocasiones.
─Ya, a todo el mundo le ha sucedido alguna vez. Por suerte este tipo de días no suelen abundar. Ojo, y de la misma forma que hay en negativo también los hay en positivo, díselo a los que les toca una quiniela millonaria... En todo caso, son días en los que no está de tus manos decidir qué haces y que por mucho que quieras no puedes controlar. Todo se supedita al destino. ¡Chas! Un error y en menos de un respiro tu vida deja de ser tal y como la habías conocido hasta entonces. Lo peor de los casos es que eres consciente de ello. Pues bien, a lo que iba, en aquella ocasión, no sé si debido a que la maldición estaba en su etapa más primigenia, tuvimos bastante suerte, bueno, si se puede llamar suerte. Mi padre salió victorioso, sí, pero todo a cambio de una penosa y dura etapa de recuperación. No sólo perdió su salud, también condicionó para siempre nuestro tipo de vida. A cambio, el destino, en un acto compensatorio, nos devolvió los malos momentos pagándonos con dinero. Ya sabes, mi padre consiguió una prejubilación, la empresa le pago aparte un seguro de vida y una indemnización correspondiente a la baja laboral; no decidió él dejar de trabajar, lo hizo la enfermedad. Bueno, más concretamente, la maldición. Curiosamente, gracias a ello, pasamos unos años en los que pudimos respirar tranquilos y vivir bastante holgados.
─Menos mal.
─Ya, pero aquella bonanza duró poco tiempo. Tres años más tarde un accidente inesperado casi acaba con la vida de mis padres, de mi hermana y la mía propia. Salimos ilesos. Pero poco nos faltó, por los pelos, para morir juntos. Ese día fue también crucial. Mi madre consiguió hacer las paces con su cuñada; o por lo menos limar asperezas. Pero nada se pudo hacer con la maldición: ya estaba echada. ¿Sabes?, en la mayoría de las ocasiones ésta adquiere vida propia y ya no se puede detener. Se puede esquivar, pero nunca conseguir huir de ella. Te persigue incansable.
─¡Madre mía!
─Como te puedes imaginar, aun después de haber regresado la paz a la familia la maldición también regresó, justo en el momento en que todo parecía perfecto y con muchísima intensidad. Lo hizo cuatro años más tarde. Su llegada fue como un poderoso tsunami y se llevó con ella la vida de mi madre y de propina nos dejó sin casa 
un rayo la quemó por completo y a mí sin trabajo; todo ello en menos de quince días.
─¡Vaya!
─He de decir que la muerte de mi madre fue tan inesperada que sorprendió a muchísima gente. Es lo que tienen los ictus, encima si estos vienen en el peor lado del cerebro y justo el mismo día en que en el hospital al que la llevan nada funciona tal como debería funcionar. He de reconocer que en esta ocasión la maldición entró en nuestras vidas como un ladrón en la noche.
─Ni que lo digas...
─Era todo muy extraño. Como si de repente el protagonista de una película, o de un libro, es eliminado justo en mitad de la historia. Aquello no cuadraba por ningún lado. Fue por aquel entonces cuando yo, buscando respuestas, comencé a atar cabos y me di cuenta de la posible existencia de algo inusual, de una sombra que no debía estar ahí pero que de vez en cuando la podías ver por el rabillo del ojo.
─¿Te refieres a la maldición?
─Sí, la maldición. He de reconocer que por un lado la muy jodida había vuelto a ganarnos la batalla pero, por otro lado, también había perdido la guerra. En esta ocasión había querido ser ambiciosa y por culpa de ello había perdido puntos en astucia. Su torpeza la había traicionado y sin querer había asomado la patita. Se había dado a conocer. Para tratar de hacer una maldad a lo grande creo que se se ha de tener algo más que fuerza o impulsividad.
─Vamos, la discreción no era lo suyo...
─¡Exacto!
─Perdona que te interrumpa, pero hablas de la maldición como si fuese una persona de carne y hueso. ¿No es mejor echarle la culpa a la supuesta persona que la puso en marcha? ¿O pedirle que hiciera algo para detenerla?
─Ya te he dicho que no se puede. Ya no tenía dueño. Era independiente. Se había creado con mucha ira y odio y esa fuerza tenía vida propia. Al final puedo asegurarte que había acabado adquiriendo una especie de aspecto, aunque fuese algo abstracto o intangible, pero no por ello sin dejar de tener incluso una personalidad propia, como la que puede tener una persona. Como tal, la maldición había adquirido virtudes y, por qué no, también sus defectos. En el caso de nuestra maldición, como ya te he dicho antes, era la prepotencia y la torpeza.
─No es que no te crea, pero sigo viendo todo como un compendio de casualidades. Lo veo mucho más factible que pensar en la influencia de lo esotérico.
─Déjame que continúe y verás como no es así.
─De acuerdo, adelante.
─Dos años después de la muerte de mi madre la maldición volvió a aparecer. Afectó a varios miembros de la familia, incluso a aquellos que habían formado parte de la extraña alianza. Había muertes inesperadas, casos de cáncer virulentos, infartos... Fue curioso, pero a la familia de ella, la mujer de mi tío, nunca les pasó nada. Todos ellos con una salud de hierro. En nuestro núcleo familiar la maldición le hizo una visita nada cordial a mi hermana. Vino a verla para traerle una terrible enfermedad neuronal, degenerativa y muy poco común en gente de su edad. Era tan virulenta que la fue mermando de forma rápida días tras día y para mayor colmo también afectó de pleno a su vida de pareja. Lo que en un principio fue no saber llevar una situación tan drástica como aquella al final se convirtió en una pesadilla llena de insultos, vejaciones, golpes y casi la muerte. Sí, la maldición había vuelto y de nuevo con fuerza. Lo digo porque de postre aún tuvo el capricho de propinarle el empujón definitivo a mi padre que le condujo derechito a la tumba.
─Es espeluznante lo que me cuentas. Entonces, ¿el próximo en caer vas a ser tú?
─Bueno, la maldición no me está castigando con una enfermedad, para mí ha guardado lo peor.
─¿Lo peor? No te entiendo...
─Su regalo ha sido darme el pleno conocimiento de su existencia y ser testigo de su poder de destrucción. Sin que pueda hacer nada por acallarlo. No te puedes imaginar cómo duele la impotencia.


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