sábado, 12 de noviembre de 2011

Mesa #08. Miércoles 12/02/2003 16:06


—¡Oh, no, tápame!
—¿Qué?
—¡Mi vecino!
—¡Vaya, qué mala suerte!
—Vigila. ¿Qué hace?
—Se ha apoyado en la barra. Está pidiendo un café o algo.
—Mierda, mierda, mierda... Sigue tapándome, ¿eh?
—Sí, sí, tranquila, pero está de espaldas...
—Bueno, por si se da la vuelta.
—Ahora mira el reloj. Y a la puerta.
—Esto empeora: seguro que está esperando a alguien. No podemos irnos porque mira hacia la puerta y tampoco quedarnos porque me va a ver.
—Tengo una idea: ponte de pie y apóyate en la columna. Así aunque mire no te verá.
—¿Y si se sientan? ¿Y si te ve a ti hablarme? Pensará que estás loco...
—Mejor, así no se acerca.
—No me atrevo ni a moverme. ¿Qué hace ahora?
—Remueve el café con la cucharilla y sigue mirando hacia la puerta. Menos mal que no mira hacia aquí, yo creo que intuiría algo... Eh, ahora entra una mujer y él se ha acercado. Ha dejado la barra con el café ahí abandonada. ¡Qué guapa! ¡Y vaya beso, no es por nada! Espera, no te lo vas a creer...
—¿Qué? ¿Quién es?
—Es... ¿Es? Sí, sí, es.
—¿Quién? ¿Quién?
—Marisa.
—¿Quién dices?
—Sí, sí, Marisa.
—No puede ser. Es mentira, lo dices para que me asome.
—Te lo juro.
—A ver... ¡Dios, es ella! Pero bueno, esto es inconcebible. ¿Qué hace con esa zorra? Ah, no, yo no me callo.
—¡Pero cariño, tú estás conmigo!
—Sí, pero él jura que me ama más que a su vida. ¡Será hijo puta...! ¡Así que esas tenemos, maricón de mierda!
—Cállate, por favor.
—¡Sí, sí, te digo a ti, cabrón, cerdo! ¿Qué haces ahí con esa... lagarta? ¡Te voy a matar!
—Señora, por favor, cálmese.
—¡Tú cállate, cotilla! ¡Manuel, sujétame que no sé de lo que soy capaz! ¡Cerdo, cabrón! ¡Está casado! ¡Adúltero! ¡Se lo diré a ella!
—Por favor, Juana, siéntate, vamos a calmarnos y lo hablamos. Esto no es lo que parece.
—Pues el beso parecía...
—¡Por favor, Manuel, déjale hablar! ¡No me quiero perder las gilipolleces que va a decir para justificarse!
—Verás... Marisa es... Es mi mujer. Hala, ya te lo he dicho.
—¿Quéeee?
—¿Cómoooo?
—Pues sí, soy su mujer. Nos casamos hace dos meses pero no teníamos valor para decírtelo.
—¿Teníamos? ¿Cómo teníamos? ¡Esto es increíble!
—Estabas tan enamorada... Y no sabíamos qué hacer. Teníamos miedo de que cometieras una locura. Por eso te ha estado dando largas.
—¿Largas? El otro día me dio una "larga", pero otra cosa larga, querida. Y dura también...
—¡Juana!
—No, no, aclaremos todo, ya que nos ponemos. El martes estuvo en mi casa. Después de comer. Y estuvimos follando hasta las ocho, pero porque venías tú, que yo no sabía que eras tú, ¿eh?, si no quizá no habría seguido.
—¿Qué está diciendo, Miguel?
—¿Cómo? ¿Cómo que estuviste follando con éste hasta las ocho? ¿Esa es tu forma de ayudar en la “oenegé”?
—Oye, que yo no soy “éste”, tengo un nombre...
—¿Eso te dijo a ti?
—Claro, tu nombre es “Puta Mierda”.
—Cariño, perdóname, es que vino y, como está tan enamorado, no me atreví a decirle que no... No quise contártelo porque no lo habrías entendido...
—¡Qué hija de su puta madre! ¡Pero bueno, esto es alucinante! ¡Desde luego, sois tal para cual! ¡Estáis hechos el uno para el otro! Me voy de aquí.
—Voy contigo.
—¡¡De eso nada, que se vayan ellos!!
—Eso. ¡¡¡Cabrones!!!
—¡¡¡Sí, sí, cabrones!!! ¡¡¡Gentuza!!!
—¡¡¡Fuera de aquí, que los echen!!!
—¡¡¡A la calle!!! ¡¡¡Fuera!!! ¡¡¡Fuera!!!
—¡Cálmense todos, por favor!

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